Saturday, December 30, 2006

Diálogos desde la Generación del Setenta

Diálogos desde la Generación del Setenta

Estamos conversando con Héctor Cataldo Ávila, ex condiscípulo del Colegio Experimental Rubén Castro, ex Prisionero Político. Para mostrar una época, las utopías que se enarbolaban, caminos que se construían con pasión y también con una cuota muy fuerte de intolerancia.

Héctor, fuiste formado en un colegio católico, el Rubén Castro, donde tuvimos profesores jesuitas ¿Cómo se dio esa evolución política, que te llevó a ser militante del Mapu Gazmuri en los setenta?

Héctor: Tuvimos profesores jesuitas, pero fueron los menos. En general eran jóvenes egresados o en fase final de sus carreras en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, que gozaban con el carácter “experimental” de nuestro Colegio. De hecho éramos dependientes de la UCV. Recuerdo un test para medir el coeficiente intelectual, CI, que tuvieron que rediseñar porque nos salimos de los rangos. También recuerdo las clases de matemáticas que incursionaron en temas de cálculo diferencial, o el enfoque de Historia de la Cultura, etc.

En todo caso creo que cuando la ola social llevaba a los chilenos hacia las ideas colectivas, de solidaridad, de justicia social, de gran discusión sobre la dialéctica Hombre – Sociedad, de preocupación creciente por la política contingente, el Colegio nos guiaba y empujaba en la dirección casi contraria. El acento científico matemático por sobre las áreas humanista y artística, la negación de la filosofía materialista (pre y post marxista y de Marx ni hablar) el humanismo cristiano reducido a la apertura de la Iglesia a la ciencia, la Doctrina Social de la Iglesia desvinculada de una propuesta política, nada de Teología de la Liberación, confirman esa apreciación. Con esto no quiero desconocer los aportes del Colegio que siempre hemos reconocido como la valoración de la integridad, la autoexigencia, la responsabilidad, el respeto a los demás, la búsqueda de la verdad, etc.

Hernán: Es cierto que se nos truncó la formación humanista al colocarse el acento en el pensamiento lógico y matemático. También es cierto que la mesa rengueaba por faltarle esa parte importante del reconocimiento de las propuestas sociales que venían del FRAP, Frente de Acción Popular, y la clásica alianza PC-PS. Pero lo que aprecio es que te dejó una capacidad de comprensión de tu entorno que nos hizo fuertes en la etapa universitaria, tanto como para meternos en la reforma con mucha más solvencia que los dirigentes que venían del liceo fiscal. Pero recuerda, además, que de política se hablaba en la casa, que allí estaba la esencia democrática republicana, que siempre había parientes opinando diferente, complementando lo que te entregaba el colegio.

Héctor: De todas formas en muchos aspectos llegamos a la Universidad como verdaderos ignorantes. Al menos yo me sentía así. A través de la Acción Universitaria Católica (AUC) descubrí que el trabajo social de la Iglesia tenía mucho que ver con injusticia social, con pobreza, con carencias, con sueldos insuficientes, con jefes de familia cesantes. Descubrí que la diferencia entre ricos y pobres esconde una diferencia social que tiene su explicación en la economía; unos nos metemos a trabajar para alguien y otros se meten(a la economía) para hacer trabajar. Yo estaba y estaría al salir de la Universidad entre los primeros. Entonces busqué una explicación para estas diferencias y me encontré con las clases sociales, con la lucha de clases, con el materialismo que explicaba las cosas desde sus causas y no por dogmas o determinismos mágicos (y no me refiero al materialismo que ingenua o malintencionadamente se asocia al consumo excesivo), con propuestas de solución como el socialismo. Por ahí fui entendiendo la frase Cristiana de que “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. La buena fe no es suficiente, el consuelo del más allá no sirve en este mundo (más me parecía una “chiva”) y empecé a coincidir con propuestas como la de Aldo Francia; “Ya no basta con rezar”, aunque debo confesar que nunca fui muy bueno para eso.

Hernán: Para mí el paso por AUC significó entrar de lleno al ideario humanista cristiano, muy lógico por venir de un colegio católico; pero fue una etapa muy breve, ya que al poco rato estaba en los rebeldes que impugnaban las acciones conservadoras o tibias de la derecha del PDC. Yo entré a la UCH y allí conocí las propuestas marxistas. Tú has recordado la película “Ya no basta con rezar” que fue un hito. Pero también recuerdo que los católicos progresistas de entonces queríamos llevar adelante una revolución social y queríamos arrebatarle las vanguardias del cambio social a los marxistas.

En la Universidad se dio, a nivel de FECH, esa competencia y, a poco andar, todos estábamos en las pre candidaturas de 1969, algunos escindiéndose como MAPU y otros saliendo del PDC más tarde para formar la Izquierda Cristiana. Creo que los católicos fueron débiles al adoptar el marxismo como herramienta de análisis, siendo que el evangelio marcaba una visión del mundo que determinaba un compromiso en la tierra con los más débiles. Los teólogos de la liberación fueron posteriormente marginados y eso fue una lástima por el aporte valórico que implicaba un compromiso activo por los más pobres.

A la distancia, se aprecia que detrás de todo estaban los hilos de la conspiración imperialista, en el contexto de la guerra fría, financiando al PDC para evitar que triunfara la izquierda marxista.

Héctor: Después, al salir de la USM y empezar a trabajar en la Compañía de Gas de Valparaíso, me di cuenta que las teorías tenían una dramática expresión en la realidad y pude retroalimentar las ideas que había ido forjando en mi mente. La clase obrera estaba ahí, en la fábrica. El origen de las diferencias sociales estaba ahí a simple vista, para quien quisiera verlo. El maestro tal o cual, incluso tu papá, después de treinta o más años de duro trabajo, ganaba menos que lo que entré ganando yo. Y eso que mi sueldo era bajo, cuestión por la que fui criticado por mis compañeros de universidad. Las utilidades de un servicio tan público como el uso de combustible por parte de la población, no podía ir a manos de unos pocos inversionistas.

Tuve que decidir cuestiones vitales. O me dedicaba a trabajar y hacer carrera profesional. Vivir para trabajar se podría resumir. O me hacía cargo de las convicciones que estaba asumiendo: la realidad material es anterior a la conciencia y no al revés, al César hay que darle donde le duela, la política debe ser de buena clase y no oportunista, Maquiavelo estaba equivocado (éticamente hablando), los partidos son los instrumentos para hacer política contingente, mi origen cristiano y de capas medias emergentes me situaban más cerca del naciente MAPU que de los partidos tradicionales de izquierda.

Hernán: Gracias por recordar a mi padre. Él era socialista, maestro calderero trazador y trabajó en la Compañía de Gas, pero antes lo hizo en Astilleros Las Habas. Era excelente en su trabajo, tanto que construyó la primera lancha torpedera que se hizo en ese astillero. Para poder engrosar su salario debía hacer turnos de noche, trabajar a trato. Fue dirigente sindical y deportivo en la Compañía de Gas y su gran proyecto era que nosotros nos educáramos. De seguro lo mismo que para tus padres, que eran comerciantes y como los recuerdo, tan integrados a la comunidad de padres y apoderados. Por eso, siendo criado con mucho sacrificio en un hogar obrero, con la vertiente católica que ponía mi madre, resultó esta suerte de cristiano por el socialismo, que fue la bandera que me identificó en ese tiempo, tanto que creía mi deber aportar las lecciones del evangelio a la acción política, sin ser sectario, junto a los comunistas y socialistas.

Héctor: Es una evolución muy similar. De ahí a meterme al proceso de cambios que impulsaba la UP medió un solo paso. Lo hice con todo lo que tenía, sin hacer reparos ni quejarme por las apenas 4 ó 5 horas que dormía diariamente en la semana. Me convencían cada vez más la lectura de los clásicos del materialismo dialéctico y la constatación del fenómeno social real. Una idea que se me quedó grabada a fuego fue la naturaleza social de la producción. Son las necesidades del conjunto de la Sociedad las que explican y justifican que se produzcan los bienes y servicios, por tanto debe hacerse en función de los intereses de esa sociedad y no para beneficio o ganancia del capital y de los capitalistas en consecuencia. Algo estaba mal y muy mal en el orden económico imperante. De más está decirte que el estado de cosas actual ratifica esa convicción básica, no en vano Chile es el escenario del experimento más ultra neo liberal del mundo y al mismo tiempo uno de los países con más mala distribución de la riqueza y de mayor endeudamiento de los trabajadores.

Finalmente, ya en pleno proceso de cambios, con una Área de propiedad social (en la que yo trabajaba) creciente y con el boicot nacional e internacional desatado, me pareció mejor fórmula un paso atrás para ampliar la alianza de gobierno y conservar las conquistas alcanzadas que la aventura de aislar aún más al gobierno radicalizando las luchas y dando excusas para la contra revolución fascista y el eventual golpe de estado o guerra civil. Eso me llevó al MAPU Obrero y Campesino (o de Gazmuri como lo identificas tú), al apoyo a Salvador Allende, a dar la batalla de la producción, a hacer trabajos voluntarios para superar el boicot a la distribución y a asumir roles directivos en una empresa a la que no llegué por cuoteo ni por encargo político.

No podría dejar de mencionar, si me permites, que después del golpe seguí militando en el MAPU OC hasta mediados de 1985. A esa fecha el partido se había transformado de activo representante de sectores no tradicionales de la izquierda chilena, en una trinchera testimonial con muy poca capacidad para movilizar en las poblaciones y en los centros laborales. Por esta razón, y sin desconocer el aporte de instrumentos como la revista APSI o el rol conductor de los dirigentes en el exterior, decidí solicitar el ingreso al Partido Comunista de Chile, del cual nunca me sentí distante desde la época de la defensa del Gobierno Popular, que sostenía la política más honesta y conducente contra la dictadura desde mucho antes que los actuales gobernantes del país. Los cadenazos, las planchatones, los mítines relámpago, los rayados, fueron las formas en que se realizaba la política de rebelión popular y que poco a poco se transformó en las jornadas de protesta nacional. Desgraciadamente la salida “política” a la dictadura se hizo cediendo, una vez más, a la presión desembozada de los representantes del Imperio, marginando al PC y a toda la izquierda que jamás habría aceptado la conservación de los modelos económico, previsional, laboral ni la constitución pinochetista.

Hernán: Me queda muy clara tu posición. En mi caso, yo me salí del MAPU al momento de la división. Sentí que era una pugna inoportuna por cuotas de poder y que era un partido de cuadros que no tenía una base social efectiva. Además, coincidiendo con tu apreciación respecto a la buena conducta y disciplina que tuvo el PC respecto al gobierno de Allende, yo tenía a esa altura una visión muy crítica del estilo comunista que conocí en Europa oriental, en 1971. Es decir, ya venía de vuelta respecto a haber constatado la presión totalitaria que ejercía el comunismo soviético sobre los países satélites, a lo que se sumaba el hecho que el PC local había avalado la invasión de Praga de 1968. Por esa experiencia directa y personal en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Alemania Democrática, mi distancia del PC era un asunto de fondo. Yo no compré la dictadura del proletariado y percibí esos socialismos como una realidad tan imperialista como la que sufríamos de este lado con Estados Unidos. Por lo que me quedé del 72 hasta el golpe como un independiente de izquierda.

Miremos hacia atrás en un recuento de síntesis. ¿Te sientes parte de la generación perdida de los setenta o es sólo una divagación poética?

Héctor: Si te refieres a que no pudimos llevar a puerto el proyecto político - social que impulsábamos y que iluminó nuestros sueños y a que buena parte de nuestra juventud la vivimos en condiciones que no deseábamos, como la noche fascista en Chile o el exilio fuera de él, claro, algo hay de eso.

Haciendo la salvedad de que al hablar de generación nos referimos a un sujeto demasiado heterogéneo, porque como concepto es transversal a toda la sociedad, creo que si hay una generación chilena que va a ser recordada y valorada en el futuro, es precisamente la de los setenta. O al menos esa parte que se atrevió a llevar los cambios sociales más allá del límite que le habían trazado las clases dominantes y los contubernios de los poderes de facto.

Esa generación se atrevió a proponer un proyecto político de construcción socialista por un camino pacífico y, lo que es más importante, se la jugó por llevarlo a cabo.

Después sobrevivió a uno de los terrorismos de estado más virulentos de que se tenga conciencia, inició una lucha antidictatorial en condiciones tremendamente precarias y hoy está llamada a hacer un aporte fundamental en la construcción de una democracia más participativa, más humana, más solidaria, más justa, que tenga la vista puesta en el futuro, como suele argumentar la Concertación, pero recogiendo la experiencia del pasado para cometer menos errores y para reivindicar la justicia social, relegada por demasiados años al olvido y la mendicidad.

Hernán: ¿Podríamos resumir lo que viviste durante el golpe? Vivías en la Compañía de Gas ¿verdad? ¿Fue de allí de donde te sacaron los marinos? ¿En qué lugares de tortura y prisión estuviste?

Héctor: El recuento de los acontecimientos dice muy poco de la profundidad del daño causado y de los dramas humanos, familiares y existenciales que vivieron los afectados. Pero sí, trabajaba y vivía en la Compañía de Gas que había sido nacionalizada e integrada a ENADI, la Empresa Nacional de Distribución de combustibles. Tenía a mi cargo la Planta de Cracking catalítico que producía la mayor parte del gas de cañería. Vivía allí porque estaba de turno permanente por así decirlo. Además integraba el Consejo de Administración Zonal de la empresa, en representación del sector técnico profesional.

Para mí el golpe empezó como a las cinco de la mañana, cuando la marinería voló la puerta principal y ocupó la fábrica. Estuve tres o cuatro horas retenido en mi casa habitación y luego fui desalojado por el interventor naval, por lo que me refugié en casa de mis padres junto a mi familia. En el futuro mis padres jugarían un rol fundamental para la sobrevivencia y formación de mis hijos.

Hernán: ¿Dónde te detuvieron?

Héctor: Mi primera detención se produce el 12 de septiembre, en las oficinas administrativas de la empresa cuando intentaba recoger mis efectos personales (estaba reemplazando al Administrador Zonal) y redefinir mi situación laboral dados mi rol y contrato técnicos. Sin embargo nada había que conversar, la nueva administración tenía información detallada de la estructura y de las funciones claves para mantener la operatividad de la empresa. Contó para ello con plena colaboración de los sectores opositores en la planta administrativa y, seguramente, un buen trabajo de inteligencia previo.

Me llevaron a la motonave Maipo, de la Sudamericana de vapores, por eso se que desde los primeros momentos el golpe contó, no sólo con la adhesión de los empresarios sino con el aporte coordinado de infraestructura para la represión. Sin embargo, con un poco de astucia, a los dos días logré que se me pusiera en libertad para auto sumergirme en la clandestinidad.

Hernán: Mencionas clandestinidad, pero entiendo que no hubo una actitud de ocultarse, ya que tú seguiste circulando, hasta que de nuevo te detuvieron.

Héctor: Claro, después de un mes de realizar contactos y tras largas conversaciones llegué a la conclusión que la resistencia era una tarea del largo plazo y no de ese momento. Me quedaban dos opciones: asilarme o intentar una reinserción social y económica en el país. Descarté la primera porque, sinceramente, lo consideré una cobardía, una inconsistencia de principios. Esa era mi postura y con esto no pretendía ni lo hago hoy, denostar a quienes si lo hicieron. Sabemos que muchos sobrevivieron sólo porque se asilaron, pero sabemos también que miles de frescos se aprovecharon de la situación para disfrazar de exilio político el económico. Decidí, por tanto, enfrentar el arresto y el proceso respectivo. Muchas personas han calificado esta decisión de irresponsable y creen tener toda la razón. Yo sólo puedo decir dos cosas: que en ese período aprendí que calificar o etiquetar a los demás no define a nadie y que, efectivamente había un riesgo enorme de desaparecer o ser ejecutado, pero no mayor que el que viví desde el momento mismo del golpe. Codearse con la muerte pasó ser el estado natural de muchos sobrevivientes que no rendimos nuestros sueños, nuestros ideales y principios, que mantuvimos al tope las banderas de la democracia, de los derechos de los trabajadores, y que quisimos ser la base de la resistencia antifascista en el país, en momentos en los que juntar plata en Europa también era importante. Esas son decisiones personales.

El 15 de octubre, en un operativo impresionante, efectivos de la Infantería de Marina me detuvo en la casa de mis padres y me llevó a la Academia de Guerra. Estuve bajo tortura una semana, la peor de mi vida sin duda alguna, para ser derivado a la bodega Nº 2 del Lebu (otro barco de la Sudamericana). Después de un mes aproximadamente y tras el primer interrogatorio de la Fiscalía Naval, fui incomunicado en un camarote del mismo barco. Este puede haber sido el período que más me afectaría en el futuro, pues debía mantenerme entero y coherente frente a la presión de la Fiscalía, quería sostener – y lo hice - mi actitud de total desconfirmación hacia mis carceleros, debía mantener lucidez para no preocupar más a mi familia en las esporádicas comunicaciones escritas que conseguía la Cruz Roja y procuraba solidarizar con los presos que iban rotando en los camarotes contiguos. La sobrevivencia sicológica tuvo costos indudables y seguramente mi caso es uno de los menos dramáticos.

Para la navidad de 1973 fui trasladado a la cárcel de Valparaíso, más porque el Lebu había sido vendido que por avances del proceso. De hecho fui el último de los prisioneros en el barco.

La cárcel sería mi lugar de residencia hasta septiembre de 1975.

Hernán: En esos meses finales de 1973, ir a la cárcel a visitar parientes o compañeros se hizo una rutina que iba fortaleciendo la templanza. No se asumía aún lo cruel que sería la continuación del proceso. Los que no estaban presos creían que podían disimular su historial fabricando artesanías. Fíjate que esa Navidad la Plaza O’Higgins estuvo llena de compañeros que instalaban sus quioscos para vender juguetes en cartón piedra, bordados, etc. Como los milicos detenían por la pinta, me acuerdo que ayudé a cambiarle el look a varios compañeros de la jota, que por su pinta artesa eran candidatos fijos para los pacos. Costaba darles un aire de burócratas, pero las corbatas, la gomina y los lentes hacían milagros.

Recuerdo que fui a sacar un permiso para instalar un puesto de sandías en ese verano y me encontré en la fila con Isaías Aguayo. El miedo no se instalaba aún en su real dimensión y ese día reímos de las circunstancias que estábamos viviendo. Mientras tanto, en la bahía, en el molo, dos buques tenebrosos servían de cárceles flotantes, centros de tortura con apoyo norteamericano, donde la idea era demoler al enemigo.


Episodios que quizá duelen aún de sólo mencionarlos, pero es un ejercicio necesario para que se vaya rehaciendo la memoria de ese período.

Gracias, Héctor, seguiremos conversando…

30 de diciembre de 2006

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