Armémonos de pasión y hagamos el amor con Chile
En las alturas cósmicas del altiplano cuesta respirar, se acelera el corazón y se obnubila la mirada mientras las impasibles vicuñas sonríen quedamente ante la súbita muerte que te golpea las sienes con la ferocidad del viento ancestral. Pero nadie se muere, y a nadie se le escurre el alma por la boca, pues lentamente se sosiega el espíritu y se aquieta el mar interior. Algo similar sucede en la espesura del Chile capitalista donde también cuesta respirar, y no son ni la altura ni las nieves cordilleranas, sino que la profunda herida asestada sin contemplación alguna contra un pueblo que alguna vez se atrevió a construir el sueño sin pedir permiso a nadie. Entonces se enfurecieron los dueños del país, nos movieron las montañas, nos esquilmaron los bosques milenarios, nos remecieron las certidumbres y nos espantaron los sueños a golpes de culatazos. Chile magullado, cercenado, dolido y consternado, se hundió en sus reservas de dignidad para seguir viviendo. Entonces, acribillados de espanto, todo parecía imposible, pero de alguna manera y de muchas maneras, creamos la posibilidad, organizamos la posibilidad, armamos la posibilidad hasta los dientes y nos fuimos al monte a hacer el amor de cordillera a mar, con violencia y ternura, como lo hacen los pueblos heridos de muerte.Y esa decisión, ese fuego orgásmico es el que nos falta a veces o casi siempre en este país del fin del mundo, aquella pasión que durante la dictadura militar nos permitió imaginar un Chile distinto, donde se pudiera caminar tranquilamente por las calles sin tener que mirar por sobre el hombro y, quizás, hacer el amor sin la urgencia de la muerte besándote la nuca. Porque de eso se trata, de recuperar la capacidad de asombro y de furia ante la injusticia, la pasión por la vida, por ser nosotros mismos, por cuestionarnos y cuestionar. Recuperar lo que nos quitaron en luengos años de dictadura y que ha continuado fomentado esta peculiar democracia para quien el mercado es el Dios mortal que debe crear disciplinados consumidores que no piensen, que no hablen, que no griten, que no se organicen, que no luchen por sus derechos. Y si lo hacen, allí está la policía para reprimirlos, los medios de comunicación para estigmatizarlos y, por supuesto - una vez más - generar la impresión de que es imposible bregar contra el sistema. ¿No es lo mismo que hizo la dictadura por tantos años?
El miedo: miedo a la muerte, a la tortura, a la cárcel, al pasado, al presente y al futuro, pero sobre todo, miedo a tu propia capacidad, que es el peor de los miedos. Por eso, la primera revolución es atreverse, creer en la fuerza ética de nuestras ideas, en el inconmensurable poder de lo colectivo. Creer para crear, porque la arquitectura de los sueños requiere de la imaginación, como lo hicieron los estudiantes secundarios que lograron, no solo paralizar el país, sino que suscitar el apoyo de amplios sectores sociales. Como lo hicieron los mapuche que pudieron posicionar sus demandas a nivel nacional cuando nadie hablaba del indígena, cuando a nadie le importaba el indígena. Ellos fueron capaces de organizar la posibilidad, de creer en su propia fuerza, de transformar esa posibilidad, quizás remota, en una realidad de lucha y acción. El movimiento estudiantil secundario y el movimiento mapuche constituyen los dos movimientos sociales más importantes de la última década en Chile. Ambos fueron capaces de perderle el miedo al miedo y a esta democracia de mercado que todo lo compra y todo lo vende, incluida la educación, los bosques y las tierras indígenas.
Fue una explosión de amor por Chile, pues este no es el país que queremos; fue una profunda eclosión de ternura vestida de juventud; fue un estallido de dignidad del mapuche que gritó con su voz de pueblo antiguo que en este país que llamamos Chile no todos somos chilenos. Ambos recuperaron la capacidad de asombro y furia ante la injusticia, y aquella pasión se organizó y se convirtió en pensamiento, en huelga, en toma, en recuperación de tierras usurpadas, en enfrentamiento contra la policía, en decisión y combatividad, en inteligencia y movilización permanente. Esta es la pasión que necesitamos, esta es la decisión que necesitamos para cambiar este Chile golpeado por la desigualdad, la pobreza, la mentira, la mediocridad. Esta es la pasión que necesitamos para gritarle al mundo que no todos aquí, al fin del mundo, creemos en el capitalismo, que hay mucha gente digna que se organiza y lucha en las universidades, en las escuelas, en las poblaciones, en los barrios, en el campo, en las comunidades indígenas, en la calle, en los centros culturales, en las radios comunitarias, en los sindicatos, para cambiarle el rostro de infelicidad a un país que poco a poco lo consumen el mercado, la contaminación ambiental, el saqueo transnacional, la pobreza y, por cierto, la abrumadora incertidumbre del futuro.
Es cierto, en este país capitalista a ultranza cuesta respirar, pero ¡qué más da! como en otros tiempos, como en todos los tiempos, simplemente armémonos de pasión, adentrémonos en el bosque de la historia, desnudemos, lenta o desbocadamente, al Chile de nuestros sueños y hagamos el amor en la noche más hermosa de la Pampa del Tamarugal para preñarse de futuro.
Tito Tricot
gentileza rebelion.org
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