Sunday, January 22, 2006

El paso por Villa Grimaldi de Michelle Bachelet y su madre .

19 enero 2006
El paso por Villa Grimaldi de Michelle Bachelet y su madre .
por Roberto Castillo Sandoval

El siguiente es el extracto correspondiente al testimonio de Ángela Jeria, recogido en Chile: La memoria prohibida, Vol. II, pp 130-133. Alejandra Henríquez, escaneó con OCR y corrigió estas páginas, posteadas en el grupo de discusión Chile-Humanidades (Chile-H). Los
tres volúmenes de La memoria prohibida contienen documentación esencial acerca de las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura de Pinochet entre 1973 y 1989. Los datos completos del libro se encuentran al final de este posteo.

Existen numerosos testimonios que describen a Villa Grimaldi y lo que allí ocurría. Uno de ellos es el que Ángela Jeria, esposa del general de la FACh Alberto Bachelet, muerto en 1974 en la cárcel pública de Santiago, dio a los autores. La señora Jeria y su hija Michelle Bachelet fueron arrestadas el 10 de enero de 1975 y permanecieron en esas instalaciones hasta el día 16, para ser, entonces, trasladadas al campo de prisioneros de Cuatro Álamos, y, desde allí, expulsadas al
exilio.

"Me detuvieron en mi casa dos personas que no se identificaron y que me dijeron que querían hacerme algunas preguntas. Mi hija estaba ahí, así es que le pidieron a ella que también fuera... Después de la muerte de mi marido, yo me dediqué a sacar de Chile información de lo que estaba sucediendo con los oficiales y soldados que estaban presos en la cárcel. Ello podía salvar la vida de mucha gente, así es que yo colaboré en eso incluso con una muchacha designada por el MIR. A esa muchacha la detuvieron y ella entregó mi nombre. Entonces me arrestaron a mí como colaboradora del MIR...

"El primer día me tuvieron unas once horas con la vista cubierta con mi propio pañuelo, que como era de seda no me impedía ver del todo, y amarrada a una silla. Me careaban con gente del MIR que venían recién saliendo de la tortura eléctrica y si yo no contestaba las preguntas, me daban golpes en los riñones con sus armas... Pasado ese lapso, me llevaron a golpes, siempre con la vista cubierta, a otro lugar, mientras me iban diciendo cosas como 'Sal de ahí que hay un arroyo, muévete para acá que hay un obstáculo...'. A mi marido le habían hecho lo mismo y nada era verdad, así es que les dije que no iba a agacharme, ni a saltar, ni nada.

Entonces el tipo me dio un empujón y rodé por el suelo, pero no había conseguido lo que quería... Llegamos al lugar donde iban a interrogarme y me sentaron de nuevo en una silla... Fue un interrogatorio muy largo, en el que me preguntaban por personas que, según ellos, integraban el grupo de 'ayudistas' del MIR ... y entre esas personas, nombraron a Cecilia Castro Salvadores y su compañero, Juan Carlos Rodríguez Araya, quienes, posteriormente, en julio de 1975, aparecieron en las listas de los 119 muertos en Argentina... Al final, mi interrogador me hizo levantarme y empezó a caminar conmigo para que yo le hablara del Partido Socialista y le entregara a la gente del PS que yo conocía. Era un paseo de ida y vuelta hasta un farol... De pronto, se detuvo y empezó a manosearme: 'Estás buena, abuela', me decía. Yo seguía con las manos amarradas. Fue algo muy desagradable: 'No se degrade, capitán', le dije, y eso lo hizo reaccionar. Luego me llevó a una sala donde algunos de ellos miraban televisión. Allí estaba aquella niña del MIR que colaboraba con la Dina: la 'Flaca Alejandra'... Ellos trataron de demostrarme que esas chicas que colaboraban recibían buen trato. Pero yo me desentendí.
Entonces el tipo se encolerizó, tomó un revólver, salió al patio y se puso a disparar al aire como un loco 'Esos son los ratones que hay que dispararles porque se vienen encima y se van a ir a meter a la pieza donde la vamos a ir a dejar a usted si no habla... '. Esa pieza era un cajón,
una especie de contenedor del largo y ancho de una litera, más un pequeño espacio donde uno podía pararse sólo de lado, sin ventilación, sin luz, con una puerta que se abría y cerraba por fuera y en que a uno la obligaban a estar siempre con la vista cubierta. Cuando entré allí me dije que debía dormir. La frazada olía a sangre, a vómito, a orina. Pero me metí debajo de ella y dormí, porque pensé que al día siguiente la cosa iba a ser espantosa.

"Pero no ocurrió nada: solamente me dejaron allí durante tres días, sin siquiera sacarme al baño, escuchando lo que ocurría, los quejidos de los hombres torturados que encerraban en otros cajones que estaban construyendo... Cuando me sacaron, me condujeron a una bodega donde
torturaban: allí repartían la comida; había un water, aunque sin agua, así que el lugar era muy fétido... A través de las rendijas de las paredes de tabla de la bodega pude ver las cosas más horribles... Un día vi una masturbación masiva, de unos veinte hombres, jóvenes y viejos. Los llevaban engrillados por los pies, sucios hasta el punto de que no se sabía de qué color era ropa. Quedaron de espaldas a mí y los amenazaban con las metralletas '¿Quieren pasar al water?', les dijeron. 'Bien, pero primero los vamos a entretener'. Los obligaron a ponerse en fila, de a tres o cuatro, y a que cada uno metiera el dedo en el ano del preso que tenía delante, mientras el de adelante masturbaba al que tenía a su espalda. Los hicieron bajarse los pantalones y los obligaron. '¡Más rápido!', les gritaban, y se reían... Después los dejaron pasar al water y, de ahí, a recoger el plato de comida y un pan... La segunda vez que me sacaron a la bodega apareció el coronel Contreras Sepúlveda. Yo no lo reconocí, porque me impresionó su mala facha: un hombre gordo, bajo, moreno, pelo liso y facciones achinadas. El y los hombres que lo rodeaban
no se dieron cuenta que yo estaba en esa bodega y que podía escucharlos.

Los tipos le daban cuenta de mí y de mi hija; le decían que nosotras éramos unos gatos. Entonces Contreras preguntó: 'Y esto que ellas firmaron, ¿hubo apremios?'. 'No, fue así no más', le respondían ellos...Tiempo después, observando una foto en relación con el Caso Letelier, me di cuenta de que aquel hombre había sido Contreras... Eso era Villa Grimaldi. Yo lo supe porque cuando me sacaron a la bodega pude ver un recibo tirado en el suelo donde se detallaba el salario de uno de los obreros que en esos días estaban construyendo los cajones y allí aparecía el nombre y la dirección: Arrieta número 8.200...".
Ángela Jeria y su hija fueron deportadas el 1 de febrero de 1975 a Australia.


Chile: La Memoria Prohibida. Las Violaciones a los Derechos Humanos 1973-1983. Ed. Juan Andrés Piña, con Eugenio Ahumada, Rodrigo Atria, Javier Luis Egaña, Augusto Góngora, Carmen Quesney, Gustavo Saball,
Gustavo Villalobos. Santiago de Chile: Pehuén Editores, 1989.

Eugenio Ahumada, uno de los autores del trabajo, hace el siguiente alcance: "Co partícipe de los primeros borradores también fue José Manuel Parada, hasta su asesinato, en marzo de 1985. No se incluyó su nombre como coautor porque no alcanzó a ver el producto completo, pero en el texto se cuenta esta historia".

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