

Si hay algo que caracteriza nuestra contemporaneidad es la proliferación de memorias. En plena época en que, al decir de Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire, una multitud de memorias vinculadas a la violencia política pasada circulan en formatos de prensa, mecanismos institucionales,
Y esto no solo en un ámbito de izquierdas. "De nuevo estamos mirando el futuro por retrovisor" se ha quejado el empresario y comentarista político conservador Sergio Melnick. "Siguen haciendo arqueología política", sentenció el timonel de Renovación Nacional con ocasión de la promulgación del Día del Detenido Desaparecido. Pareciera que a la derecha no le interesara la memoria, no obstante cada vez que el debate político se agudiza el argumento de autoridad que ésta más acostumbra esgrimir es el recuerdo del "caos" que habría caracterizado al gobierno de la Unidad Popular y la acción "rectificadora" de Augusto Pinochet que inició el "nuevo Chile". El recurso al pasado, los usos y abusos de la memoria están a la orden del día, justificando el presente, determinando un curso específico para el futuro.
Claramente no es un fenómeno que se mantenga en las fronteras nacionales. El "deber de memoria" global hace actualmente convivir a Auschwitz, el Gulag, la Operación Cóndor y el 11 de septiembre de 2001 como lo que se debe recordar para que no vuelva a suceder. El "nunca más" ya forma parte del sentido común.
¿Hay motivos para alegrarse ante tal despliegue de la memoria? Se trata sin duda de un avance frente a los "negacionistas" del pasado, quienes sostienen que no hubo cámaras de gas en los campos de exterminio nazis o que los detenidos desaparecidos de las dictaduras militares del Cono Sur son personas que se fugaron con sus amantes o fueron muertos por sus propios camaradas. Sin embargo, la marejada de memoria de la cual somos autores, testigos o simplemente consumidores no constituye, por sí misma, un motivo de tranquilidad para quienes han emprendido, durante distintos ciclos de vida, prácticas de memoria comprometida con causas sociales que trascienden el hecho mismo de recordar. Y en esto hay que hilar fino.
¿Qué es lo que recuerdan las distintas memorias, quiénes recuerdan, para qué recuerdan? Las memorias son un campo en disputa, señala la socióloga argentina Eizabeth Jelin. Se trata de procesos subjetivos, anclados en experiencias simbólicas y materiales, que luchan por otorgar sentido, desde el presente, al pasado. La memoria no es unívoca. No existe una única memoria, de ahí el plural: memorias, en conflicto. El propio consenso en torno al "nunca más" esconde procesos complejos de significación, en el que determinados sentidos asociados se han vuelto dominantes, silenciando otras
expectativa de lo realizable.
Por ello cabe interrogarse reflexiva y críticamente: ¿"Nunca más"? ¿Nunca más qué? Nunca más el horror, sin duda. ¿Pero no será que el "nunca más" de contrabando se ha hecho extensivo al conjunto del pasado, esto es, también a la militancia política revolucionaria de quienes fueron objeto del Terrorismo de Estado? Y es que la memoria tiene también sus propios olvidos,
Basta de nostalgia. Podemos tomar distancia crítica. Que el Yo del otro, del objeto perdido no caiga sobre el nuestro. Somos más que eso. Respiremos, no pasado presente, sino futuros pasados que se abren en el presente hacia nuevos rumbos. Elaboremos. Pero desde el hoy. No desde el ayer. Recordar sí, pero nunca congelarse. Esa es la trampa mortal, el disciplinamiento esperado. Salgamos de ahí, llevemos el ritmo asumiendo de lleno la actualidad, derivando desde aquí a otros latidos. No nos quedemos fijados en un nombre junto a una fecha en un mármol frío. Desatémonos desatando las memorias a la vida. Sigamos buscando recuerdos, olvidos, nuevos deseos.
MANUEL GUERRERO ANTEQUERA.